Nota del autor: Estas publicaciones se presentan tal cual fueron escritas, sin ediciones, para preservar la autenticidad de los pensamientos del autor. Agradezco su comprensión ante cualquier error ortográfico o gramatical.
Tuve un sueño. Un sueño muy extraño.
Me encontraba en lo más alto de una roca, en un acantilado. Al frente estaba el mar y una caída de más de 30 metros.
Era de noche, el viento soplaba con mucha fuerza y las olas del mar golpeaban en las rocas con tremenda velocidad.
Me quedo viendo el precipicio. Siento como mis piernas se tambalean y un terror me recorre todo el cuerpo.
Siento una mano en mi hombro y me giró bruscamente para ver a su dueño.
Era yo. Pero una versión… diferente. Con unos años de más, algunas canas y una barba mucho más larga.
-Salta. -Me dice.
-¿De qué me estás hablando? Moriré y tengo miedo.
-Recuerda mis palabras: Cuando uno tiene miedo, es exactamente cuando se debe de saltar. -Me contesta.
-¿Que hay debajo?
-Una caída llena de retos, de peligro y de dolor.
-Entonces, ¿por qué quieres que salte? -Le pregunto.
-Porque solamente saltando, alcanzarás el lugar al que quieres llegar. El crecimiento personal está en los riesgos.
¿Puedes escuchar tu corazón?
-Si, está latiendo con mucha fuerza. -Le digo con una mano en el pecho, sintiendo las palpitaciones violentas.
-Tu corazón sabe a dónde ir, escúchalo y acertarás.
Giro la cabeza, veo el precipicio, busco a mi yo alterno, pero ha desaparecido. Mi corazón late con mucha más rapidez, pero algo me llama.
Cierro los ojos, respiro hondo, los abro y salto con una sonrisa en el rostro y con un gran impulso.
¡Salta!
-Adrián de la Vega.