Nota del autor: Estas publicaciones se presentan tal cual fueron escritas, sin ediciones, para preservar la autenticidad de los pensamientos del autor. Agradezco su comprensión ante cualquier error ortográfico o gramatical.
En uno de esos trayectos comunes en mi coche, mi dimensión se alteró y cambió por completo. No sé qué conexión especial tengo con los vehículos. Sean de cuatro o dos ruedas, siempre me trasladan a otra dimensión a través de reflexiones profundas y visiones.
Durante ese trayecto, algo me parecía familiar, pero no sabía distinguir qué era aquello que acechaba y que se encontraba muy cerca.
Y de repente, lo recordé.
El sol me calentaba de forma familiar, me parecía haber recorrido antes esa avenida y un olor a un perfume muy característico me abofeteó sin aviso alguno.
En un instante, un zarpazo me electrificó el cuerpo y activó mi memoria.
Giré y ahí estabas tú, bajándote de ese coche azul, con una blusa que te hacía ver extremadamente guapa y con tus grandes ojos y pestañas prominentes que me atravesaban el espíritu cada vez que fijabas la mirada en mí.
Caminabas hacia mí, sonriendo y emocionada por el día que habíamos planeado; y cuando te acercaste, pude oler ese perfume tan extraño pero placentero que utilizabas.
Y como si estuviera viendo una película de principio a fin, todos nuestros recuerdos juntos comenzaron a reproducirse delante de mis ojos.
Tu fantasma se encontraba ahí, de nuevo. En una de las pocas ocasiones en que pasa por mi mente; pero se encontraba ahí para atormentarme.
Lo nuestro fue muy corto, pero por unos cuantos meses, me hiciste sentir amor de nuevo. Un sentimiento que, por años pensé que no volvería a experimentar; y tenerlo, fue como reencontrarme con un orbe de luz, con la gema más preciosa de todo el universo.
Desde la última vez que ese sentimiento se encendió dentro de mí, habían pasado años y años; incluso parecía una eternidad.
Y pensaba que mi relación con el amor había sido buena, puesto que lo había experimentado de forma genuina, inocente e intensa. Aunque para mí, eso significaba que mi cuota del sentimiento más poderoso del mundo se había acabado.
Pero llegaste tú… y mi mundo dio un giro.
Te dije adiós, pero sabía muy bien lo que estaba haciendo. Estaba renunciando a un sentimiento fugaz que sabía (por lo que nos estábamos haciendo) que se convertiría en un lastre y en una molestia en unos meses más.
Pero eso no significa que nuestra despedida no me haya dolido.
Lo nuestro se terminó, se apagó y no volverá jamas; sin embargo, estoy tremendamente agradecido contigo por haber encendido de nuevo, aunque sea por un espacio corto de tiempo, esa llama dentro de mí.
No me gustan las apariciones de tu fantasma, pero las abrazo como una parte importante de mi historia.
Adiós…
-Adrián de la Vega.